A primeras oídas, y a quien no esté acostumbrado al léxico de este submundillo que damos en llamar escepticismo, la frase "pensamiento mágico" pudiera evocar imágenes dignas de una película de Disney. Suena a personajes coloridos volando en alfombras, sirenas, brujas malvadas y gente cantando y bailando sin un motivo aparente. Crease o no, la definición encaja bastante bien con lo que intentaremos desanudar en los subsiguientes párrafos.
Pirámide mágica del poder con delfines mágicos bioenegéticos |
Básicamente, el pensamiento mágico es una forma
de razonamiento no lógico, con una alta dosis de subjetividad, y adornado con
misticismo. En el caso de las creencias religiosas, podríamos considerarlo como
el primer eslabón en su cadena de razonamiento. Sin la creencia en algún tipo
de agente externo invisible que posee la capacidad de accionar sobre la
realidad, más allá no solo de la ciencia sino de la causalidad misma, no podría
existir ninguna religión (al menos, no en la forma en que las conocemos). De
hecho, no sería difícil caracterizar cualquier credo como una forma de
pensamiento mágico jerarquizado y mejor establecida en términos culturales.
Entonces, ¿da lo mismo la creencia en las cábalas
o las supersticiones que la creencia en un dios creador del universo? Desde
esta perspectiva no caben dudas de que sí. La diferencia está en su alcance. La
superstición posee una respuesta más inmediata: si realizo un ritual x, espero
un efecto y. Si derramo sal en la mesa, debo tirarla sobre mis hombros para
evitar la mala suerte y ya. El ciclo de la superstición culmina en el momento
de realizar el ritual.
Ahora, ¿qué sucede si aún habiendo realizado el
ritual me ocurre alguna desgracia? la respuesta es simple: debo haber algún un
error en el procedimiento. (Esto recuerda la historia de aquella tribu que
todos los días realizaba la danza de la lluvia, y castigaba a los bailarines si
no llovía, porque evidentemente habrían hecho algo mal).
Tabla de Bio-"algo" también energético |
Las cábalas y las supersticiones no son más que
autoengaños llevados a cabo por quienes pretenden justificar acontecimientos en
base a la creencia que mejor le quede. Y las creencias son muchas, y hasta a
veces increíblemente contradictorias unas con otras. Pero por algún motivo,
nuestro cerebro parecer permitir que existan este tipo de razonamientos
ilógicos al margen de la realidad, e integrados en la cosmovisión de cada uno.
Entonces una persona puede creer que su destino está predeterminado de acuerdo
a como se movían los cuerpos celestes el día de su nacimiento, pero aún así ir
al casino portando su amuleto de la suerte (aunque su suerte hubiera estado
predeterminada). Y su horóscopo puede aconsejarle invertir dinero o no, depende
cual sea la revista o astrólogo que estuviera consultando. Nunca cabe
preguntarse quien interpreta a los astros, o cual es la conexión entre Marte, Júpiter
y un "golpe de suerte".
Ese vacío en la cadena de razonamiento es
cubierto por algún agente mágico, llámesele energía o lo que sea, y su
evidencia radica en el supuesto efecto. Algo se mueve en el espacio = mi suerte
cambia. El porqué es un misterio en el que nadie repara. Y aunque los
resultados y golpes de suerte puedan demostrarse estadísticamente dentro de lo
esperable, la subjetividad lo puede más (ver sesgo de confirmación) Simplemente se reemplaza la casualidad
por la causalidad, y la fórmula parece funcionar.
Así acciona el "amímefuncionismo": yo
me curé la gripe tomando té de cáscaras de sandía. No me importa si no existe
ninguna correlación entre el virus y la sandía, o si el virus remitió por
medios naturales (como muchas veces es de esperarse): "a mí me
funcionó". Mas allá de cualquier casualidad. Y si usted se curó la gripe
al mismo tiempo, sin tomar té de cascaras de sandía no importa, yo lo seguiré haciendo por las dudas.
Un divertidísimo ejercicio es comenzar a
preguntar a los supersticiosos las correlaciones entre sus diferentes rituales.
Es increíble notar su comodidad ante las más disparatadas contradicciones. Mi
truco favorito es inventar rituales de lo más absurdos y afirmar su
efectividad, utilizando el "a mí me funciona". Cuando me ofrecen
curarme el mal de ojos, simplemente digo que yo lo contrarresto poniéndome un
lápiz bajo la axila. Y esa respuesta, por más estúpida que parezca, posee la
misma validez que cualquier otra, pues no necesita de ninguna evidencia. Y es igualmente
indiscutible.
Ya es más que redundante una analogía con las
creencias religiosas en ese sentido. Las diferentes religiones se nutren del
pensamiento mágico para mostrarse como verdaderas. E incluso no solo lo avalan,
sino que además se muestran como una alternativa en algunos casos. Sin ir más
lejos, aquí un fragmento del Malleus Maleficarum (El martillo de las brujas), basado en la bula "Summis desiderantes affectibus" del Papa Inocencio VIII:
"Y
así las mujeres, para provocar cambios en el cuerpo de otros, usan a veces
ciertas cosas que van más allá de nuestro conocimiento" (...) "y
porque esos remedios sean misteriosos no hay motivos para asignarles el poder
del demonio, como lo asignaríamos a los encantamientos maléficos producidos por
las brujas. Lo que es más, estas usan ciertas imágenes y algunos amuletos, que
suelen colocar bajo los umbrales de las puertas de las casas, o en los
prados" (...) "y de ese modo hechizan a sus víctimas, que muchas
veces han muerto. Parecería que su influencia es proporcional a la que ejercen
los astros sobre los cuerpos humanos..." etc, etc, etc.
(Malleus Maleficarum) |
El martillo de los brujos es uno de los tratados más completos sobre
pensamiento mágico que he leído en mi vida, y también uno de los más
disparatados. (Cabe aclarar que las bulas papales se consideran escritos
infalibles, pues los papas los realizan bajo inspiración divina, por lo que aún
tienen vigencia). Contempla la transformación de las brujas en gatos, para
copular con el demonio en las noches, vuelos en escoba, granizos y sequías a
voluntad, orgías con distintos demonios y animales y hasta engendros de tales
prácticas reproductivas, a un nivel que ni Stanley Kubrick podría alcanzar ni el peor de sus viajes ácidos. Este tipo de
razonamientos es, por más que muchos creyentes no estén informados, un requisito
del catolicismo. Si pueden creer cualquiera de estos disparates, ¿Porqué no
creer en un disparate de mayor jerarquía?
Ya sea con estampitas, con rosarios, con los calzones mágicos de los mormones, con agua bendita o por medio de un recitado en latín, todos
los credos se basan en este tipo de creencias menores para sortear la
dificultad más grande de su lógica: la evidencia. ¿Cuál es el alcance de una
bendición? ¿Hasta qué distancia surte efecto? si un cura se aleja quince metros
¿todavía puede bendecir algo? ¿Y a veinte? ¿Y a doscientos? ¿Cuánto puedo rebajar el agua bendita hasta que pierda
su poder mágico? Si tomo agua bendita ¿produzco orina bendita? ¿O se me
bendicen los riñones que la filtraron? preguntas demasiado complejas.
Con respecto a los personajes coloridos bailando y cantando
sin motivo, es cuestión de presenciar cualquier misa. Por lo demás, yo guardaré
mi pequeño becerro de lata bajo la almohada y esperaré ganarme la lotería
mañana. Hasta ahora no funcionó, es cuestión de que encuentre su posición
correcta.