Existe cierto consenso en al ámbito social en referencia a la crítica o análisis de las creencias ajenas, principalmente en lo que respecta a la religión o creencias de carácter espiritual. Cierto es que en estos temas en particular, cualquier discusión parece tocar fibras mucho más sensibles que en las de cualquier otra materia, por lo que el debate religioso adquiere un carácter de tabú en cualquier mesa familiar, es de esas cosas de las que “no se habla”.
La pregunta es simple y digna un niño de 6 años de edad : ¿Porqué?...
¿Porqué entendemos que
un buen debate puede ser constructivo en lo referente a cualquier otro tema,
pero nó cuando se discute sobre religión?
¿Cuál es la característica que hace
que una opinión religiosa tenga una validez superior a una opinión de cualquier
otro carácter para sus interlocutores?
Cuando hablamos de política, economía, deporte, cine o de lo
que sea, posiblemente en algún punto de la charla puedan surgir diferencias de
opinión. En este punto es cuando las
opiniones comienzan a deber cierta carga de validación, es decir, cuanto más se
pueda validar una opinión, mayor será su impacto. La idea del debate en
cualquier caso es justamente esa, la de poner en juego nuestras opiniones y
confrontarlas con la validez de las opiniones ajenas. Si cualquiera afirma que
un equipo X de fútbol es el mejor de su país, deberá demostrarlo, ya sea por
estadística, por la dinámica de su juego,
o por lo que sea. No importa cuál sea el
nivel de fanatismo de quien esgrime el argumento, el fanatismo propio nunca
puede válido para afirmar tal o cual premisa. La idea del intercambio de
opiniones es superadora de la esfera de lo estrictamente personal, ya no sirve
el sentimiento propio como fuente de argumentación. De aquí en más, el nivel de
agresividad que tome la discusión será directamente proporcional a la dureza craneal de quienes la lleven a
cabo.
Ahora bien, es cierto que muchos de los sesgos cognitivos de
la religión son comunes a cualquier otro tipo de opiniones (de hecho, la
elección de un cuadro de fútbol en la mayoría de los casos es hereditaria, y
sin embargo el fanatismo por los colores no parece mermar a lo largo de
generaciones). La diferencia parece presentarse a la hora de prestar evidencia
para demostrar cualquier punto. Aquí es donde el pensamiento religioso
encuentra su mayor obstáculo, ya que al no ser suficientes las apreciaciones
personales, entran en conflicto las creencias infundadas de unos con las
creencias infundadas de otros. Es debatir sobre el aire conceptos que se definen
a sí mismos dentro de sus propios sistemas, y como tales no resisten ningún análisis
crítico. Al menos dentro de los sistemas lógicos que utilizamos en nuestra condición
de seres humanos para sacar conclusiones.
La lógica dogmática quedaría por fuera del sentido común, de nuestro
razonamiento básico, de la física, la biología, la historia, y cualquier otro corpus
de conocimiento. Sin embargo, sus afirmaciones gozan de un status mayor, al
punto de recomendar a los demás “no meterse con las creencias de otro”.
De aquí nos quedan dos opciones: o hacerlo, y entrar en el
terreno de la discusión eterna, o dejar que cada uno piense en lo que sea que
los haga felices. Parecería lógico
minimizar los riesgos de la crítica
religiosa, mirar para otro lado y punto. Pero es, lisa y llanamente, un error.
Sí debemos preguntar, y argumentar, y debatir y mostrar las lagunas
que presentan la opiniones ajenas, de haberlas. Sí debemos contribuir con la cultura y el conocimiento, y nuestros años
de experiencia nos han demostrado que contraponer ideas puede ser una buena forma de identificar
conclusiones erróneas. No es culpa de los ateos que los argumentos religiosos
sean contradictorios, circulares o simplemente sinsentidos. Y es bueno que
alguien logre apreciarlo. ¿No llegamos los ateos a serlo por medio de la
reflexión acaso? Siempre es posible que alguien llegue a dudar de cualquier
verdad infundada, siempre es posible que la duda despierte el interés. Una vez
que la duda, el interés, el pensamiento crítico y la voluntad de superación se
instalan en la mente de las personas, la humanidad suma un punto. Así que los riesgos de la crítica religiosa siempre
irán desmedro de aquel que la profesa,
sea cual sea su biblia, milagro o profeta. Por eso quienes se oponen suelen ser
justamente aquellos que sostienen alguna creencia irracional. La idea es la de
contribuir al conocimiento, la de aportar algo a nuestra especie.
Las ideas
pueden Y DEBEN ser debatidas, criticadas, analizadas y puestas en jaque cada vez que sea necesario, sea cual fuera su
origen. Eso es lo que determina nuestro desarrollo cultural. No importa cuál
sea su grado de aceptación en términos sociales, en definitiva, la idea de la superioridad
de una raza sobre otra tuvo un auge de popularidad bastante importante, y sin
embargo podemos fácilmente descartarla como errónea y sin fundamentos. ¿O
deberíamos dejar que cada uno crea lo que sea que los hagas felices, como por
ejemplo, su superioridad racial, espiritual, etc.?
Las ideas son fácilmente reproducibles,
y no podemos determinar su alcance con exactitud. Cuando las ideas están erradas,
encierran oscuros intereses o promueven valores obsoletos o peligrosos, es
nuestro deber ponerlas al descubierto. Cualquier
becerro de lata puede ser destruido siempre que exista alguien con la valentía
de desmentirlo.